En sus extremas decisiones, Signe, la joven protagonista de esta filosa sátira escrita y dirigida por el noruego Kristoffer Borgli.
(Por Ernesto Diezmartínez). Signe es muy sociable. Le gusta hablar, que la vean, que la tomen en cuenta. Le cuesta mucho trabajo no participar en una conversación, ya no se diga quedarse callada. Siempre está atenta a todo lo que pasa a su alrededor y, por lo mismo, cuando ve a una mujer ensangrentada entrar a la cafetería donde ella trabaja, de inmediato salta a ayudarla. Segundos antes habíamos visto a un enorme perro paseado por su dueño: seguramente el animal se libró de su correa y, por alguna razón, atacó a esa pobre mujer. Signe es la única que, sin pensarlo dos veces, salta a abrazar a la herida, da órdenes para llamar a la ambulancia y reconforta a la traumatizada víctima. Prácticamente, Signe ha salvado una vida.
En todo caso, eso es lo que dice cada vez que cuenta y vuelve a contar la historia, cosa que no puede evitar volver a hacer incluso dos semanas después del acontecimiento “heroico”. Pero es normal, ¿no? A final de cuentas, Signe es una verdadera heroína y como tal merece admiración y reconocimiento, aunque ella no lo solicite directamente porque, usted sabe, ella es muy modesta. Acaso la persona más modesta que ustedes puedan conocer. Si dudan de su modestia, pregúntenle: ella estará feliz de decirles lo desinteresada que es. Y lo heroica también, por supuesto.
Enferma de mí (Syk pike, Noruega – Suecia – Dinamarca – Francia, 2022), segundo largometraje del cineasta noruego Kristoffer Borgli, nos presenta el ridículo comportamiento de una joven narcisista que no puede ni siquiera pensar en no ser el centro de atracción. Signe vive en su propio mundo de fantasía, como lo hacía el patético pueblerino inglés Tom Courtenay en el clásico británico Billy, el mentiroso (Schlesinger, 1963) aunque, a decir verdad, este último personaje resulta ser un auténtico amateur si lo comparamos con Signe. O tal vez no: acaso la única diferencia sea que en los lejanos tiempos de Billy no había redes sociales, es decir, no había tantos alicientes para alimentar el narcisismo.
Presentada en la sección Una cierta mirada en Cannes 2022 –en donde perdió ante la también muy meritoria Les pires (Akoka y Gueret, 2022)–, Enferma de mí inicia como una filosa comedia satírica sobre una joven narcisista que no deja de competir con su tóxico novio escultor Thomas (Eirik Saether) para ver quién merece más atención de la gente que los rodea. Sin embargo, lo que a botepronto puede parecer una divertida pero algo obvia ridiculización del mal social de nuestros hiperconectados tiempos, muy pronto se transforma en algo mucho más inquietante y perturbador, en el que la sátira se empieza a fusionar con una suerte de body horror cronenbergiano. A medida que avanza la película es imposible dejar de reír, es cierto, pero también es difícil seguir viendo la pantalla sin voltear ocasionalmente hacia otra parte.
Y es que, después de que su acto heroico deja de ser tema de conversación, Signe encuentra, por casualidad, el Santo Grial de la atención cuando se topa con la noticia de que un medicamento ruso ha provocado severas reacciones adversas en los consumidores, provocándoles daños horrendos en la piel. Ni tarda ni perezosa, Signe consigue con su patético dealer de confianza las susodichas cápsulas y, en efecto, después de un periodo en el que no sucede nada de nada, su cuerpo empieza a reaccionar “correctamente”: aparecen extrañas lesiones en sus brazos, sus pechos y su rostro. Alegando ansiedad y desconfianza a los médicos, Signe se niega a cualquier tratamiento que no sea alternativo –o sea, holístico, whatever that means–, logrando de esta manera acaparar el interés de su novio, de sus amigas, de su mamá y hasta de un grupo de ayuda de pacientes de enfermedades extrañas que, en una hilarante vuelta de tuerca, no se muestran muy impresionados pues, como salidos de un sketch de Monty Pyton, todos ellos se sienten peor o han visto cosas más extrañas.
A partir de que se Signe se convierte, gustosa y emocionada, en un personaje de George Franju, su vorágine narcisista se acelera en el mundo real pero también en su delirante mundo imaginado. Lo mismo se convierte en un cadáver ilustre a cuyo velorio todo mundo quiere asistir, en una celebridad a la que su distante papá le ruega perdón en televisión nacional o en una famosa modelo que ha servido de ejemplo e inspiración para todas las personas que no son “tradicionalmente” bellas –o que no se han dañado el rostro adrede.
Hacia la última parte de Enferma de mí, el humor cáustico del guion escrito por el propio director se fusiona no solo con el más descarnado body horror (gracias al muy eficaz diseño prostético de Izzi Galindo) sino con un provocador mind-fucking argumental a consta de nosotros los espectadores, pues lo que insidiosamente nos plantea Borgli es que el comportamiento de nuestra protagonista no es, después de todo, tan extraño. Todo es una cuestión de grado: Signe exagera, claro está, no conoce de límites, por supuesto. Pero, ¿realmente hace algo tan distinto de todos los que subimos esa bonita foto de lo que comemos, publicamos una imagen de nuestras pies descansando al lado de una alberca en nuestras vacaciones o escribimos un tuit que juramos y perjuramos es muy ingenioso? ¿No revisamos todos de vez en cuando cuántos likes tienen nuestras publicaciones?.