Sus ojos eran tan impactantes, que hasta los directores de Hollywood no podían concentrarse.
Meg Foster se convirtió en una de las actrices más recordadas de su generación por algo que iba más allá de su talento: sus ojos, de un azul tan intenso y luminoso, que llegaban a dominar por completo cualquier escena. Desde sus primeras apariciones en cine y televisión, su mirada captaba toda la atención, incluso cuando no era su personaje quien debía resaltarse.
Lo que para el público era una característica fascinante, para algunos directores se volvió un desafío técnico. La cámara aumentaba aún más el brillo de sus ojos, haciendo que destacaran por encima del resto de la composición. Para equilibrar las escenas, Meg tuvo que usar lentes especiales que suavizaran ese tono natural tan poco común.
Aun así, su mirada siguió siendo su sello. Hoy, muchos la recuerdan justamente por ese rasgo único que ninguna lente pudo ocultar por completo.
