Por Cinthya Martínez. Empezamos a engañar cuando tenemos alrededor de dos años y algunos lo utilizan como una estrategia para conseguir lo que quieren durante toda su vida. Lo descubrimos con José María Martínez, que ha dedicado gran parte de su trayectoria profesional a estudiar estos fenómenos.
¿Por qué mentimos?
«Mentimos por muchas razones y lo hacemos por el deseo de conseguir algo que no podríamos llegar a tener de otra manera», asegura Martínez. Si bien el experto menciona varios tipos de mentira. Por un lado, las de protección: no queremos desvelar algo que se ha dicho o hecho. «También hay muchas sociales, sobre todo de cortesía, o querer dar una imagen ante los demás mejor de lo que uno es o de lo que se hace; es lo que los psicobiólogos consideramos la autopresentación, porque nos gusta que nos vean bien», explica. En ese sentido, puede ser una exageración simple u ocultar algo importante.
A veces, no mentimos a otra persona, sino a nosotros mismos. Es lo que se conoce como autoengaño. «Nos decimos cosas a nosotros mismos para creer que somos mejores de lo que somos. Al igual que, cuando se da un contratiempo de la vida, lo atribuimos al azar y no a que nosotros no hayamos hecho las cosas bien», indica el experto. Un ejemplo claro se da en el ámbito estudiantil cuando, a pesar de haber suspendido, consideramos que nuestra nota debería ser un aprobado. Con todo, este tipo de mentira hacia uno mismo, que además Martínez asegura que es muy frecuente, puede llegar a tener efectos beneficios. «La vida puede presentarnos contratiempos importantes y la única manera de salir adelante es mirar hacia otro lado y no decir según qué cosas».
Cuando empiezan a mentir los niños
El experto lo tiene claro: los niños empiezan a mentir pronto. «Hablaríamos de los dos años, más o menos. A esa edad ya se les puede descubrir alguna, pero son muy simples», apunta. Según sus palabras, suelen estar relacionadas con algo que han hecho o con algo que les prive de la cercanía de otra persona, por ejemplo.
«Lo que es curioso y llamativo es que, conforme pasa el tiempo, las mentiras se vuelven cada vez más elaboradas; en función de sus habilidades, comunicación, y del medio en el que se desenvuelven». Aumentan cuando empiezan a relacionarse con otros niños y también se vuelven más complejas. «Hasta que llega un momento en el que ya no son capaces de adivinar qué va a pensar la otra persona de la información que dan y esa mentira se empieza a hacer cada vez más sofisticada y mucho más difícil de pillar», comenta Martínez.
Todo dependerá de la evolución de las propias capacidades del niño, ya que suelen ir ligadas. «Lo mejor es que, posiblemente, la especie social está programada tanto como para intentar reconocerlas en los demás. Esto se va desarrollando a lo largo del tiempo hasta que llega un momento en el que las mentiras son difíciles de detectar», amplía.
¿La capacidad de mentir va ligada a la inteligencia?
Sí, la capacidad de mentir puede llegar a relacionarse con la inteligencia. «Hay datos que dicen que las dos están unidas a la capacidad de comunicación. Por ejemplo, un tipo de personalidad que tiene más fácil hacerlo es la persona creativa». Escritores, novelistas, pintores, escultores, etcétera. «La capacidad de fabulación no está al alcance de todo el mundo. El gran fabulador, el gran estafador que es capaz de generar identidades y de engañar a muchas personas, requiere habilidades muy complicadas», explica.
A todos se nos puede venir a la cabeza el caso del Pequeño Nicolás. Hace pocos meses que se estrenaba en Netflix Pícaro, la serie documental que repasa la historia de Francisco Nicolás Gómez Iglesias. En ella se refleja su capacidad para relacionarse con grandes círculos de poder. «Qué duda cabe de que tiene unas habilidades sociales tremendas para engañar a mucha gente. En este sentido, va ligado a la capacidad de comunicación y a lo que los psicólogos llamamos la inteligencia social», reconoce el catedrático de Psicobiología.
Sin embargo, la capacidad de mentir también va relacionada a nuestros hábitos y rutinas. «Con las normas y el medio en el que estás, porque si este la fomenta, no la castiga ni la sanciona, normalmente la probabilidad de recurrir a ella es mayor». De hecho, hay profesiones que se suelen asociar con «perfiles mentirosos», en opinión de Martínez. «Son aquellos en los que hay mucha relación con las demás personas, como publicitarios, abogados o periodistas. Personas que están en contacto continuamente con otras».
Eso sí, el profesor remarca que «mentimos dentro de un orden». Es decir, «se miente dentro de los límites morales que tienes, porque a todos nos gusta que nos vean como una persona responsable y honesta, dentro de los límites. En una profesión que se está expuesto al público, como vosotros, los periodistas, es más fácil que se detecte que estáis mintiendo», argumenta Martínez a La Voz de la Salud.
«Yo nunca miento»
Una frase que todos hemos podido escuchar alguna vez. Se le pueden sumar otras como «yo siempre voy con la verdad por delante». En este sentido, el profesor de Psicobiología lo tiene claro: «Es posible que se refieran a grandes mentiras, a esas que hacen daño; pero una piadosa, todos hemos recurrido a ella alguna vez. Estas personas seguramente se refieren a que dicen siempre la verdad cuando el tema es importante».
¿Cuándo mentir se convierte en un problema patológico?
Martínez explica que mentir de manera constante se puede convertir en un problema de salud mental, pero que existen muchas variedades. «La mentira patológica, la del fabulador, es relativamente rara. Son personas que están mintiendo toda la vida y es muy complicado saber si se lo creen o no. Son personas que llega un momento en el que viven en un mundo de fantasía, se les puede obligar y demostrar que no, pero vuelven a caer», expone. Con todo, añade: «Estos casos son extraños, es más frecuente el caso de personas que las empiezan diciendo relativamente pequeñas, pero que como ven que les da resultado, lo hacen cada vez más para obtener sus fines».
También existe otro tipo de mentira problemática relacionada con patologías concretas, como la personalidad narcisista. «Es la que podemos ver en el caso del Pequeño Nicolás. después hay otros trastornos como puede ser el trastorno límite de la personalidad, personas que necesitan que los demás estén pendientes de ellos o que no se alejen de ellos, que les demuestren cariño constantemente». Fuente: La Voz de Galicia.