Por Martín Aguiar (SLT-FAUBA) La coyuntura económica que atraviesa la Argentina y las políticas públicas implementadas disparan alarmas en el sistema de ciencia y técnica (C&T). Aun cuando algunos informes señalan décadas de baja inversión en el sector, es posible resaltar logros de importancia, sobre todo en las universidades públicas. En este marco, Martín Aguiar, investigador del CONICET y Profesor de la FAUBA, ofrece una perspectiva matizada sobre el desarrollo científico en nuestro país, enfatiza la importancia del papel social de la ciencia y advierte sobre las consecuencias a largo plazo de la interrupción de la inversión en C&T.
La Argentina es heterogénea en cualquier dimensión que elijamos para describirla. Lo aprendimos en la primaria a la par que trabajábamos sobre los diferentes mapas que nos proponían nuestras maestras y maestros.
Hace unas semanas, el Profesor Daniel Miralles (FAUBA) planteó su mirada sobre el sistema científico-tecnológico revisando series temporales del Banco Mundial sobre inversión en C&T de nuestro país y de otros. Yo propongo matizar su ponencia desde la perspectiva de las universidades públicas. Creo que este contrapunto permitirá seguir formando nuestra opinión y complejizando nuestras visiones.
La realidad suele mostrar más pliegues que los que las estadísticas que se usan para analizar políticas públicas. En este sentido, propongo tres matices.
Logros notables con recursos limitados
Primero, me interesa agregar la perspectiva de lo que logramos con esa financiación que, según muestra Daniel, fue baja en relación con la potencial (asumiendo que esa es la inversión que realizan otros países con realidades socioeconómicas e históricas diferentes). Empiezo por recordar dos creaciones que ocurrieron al principio del período que muestra Daniel y que, creo, fueron claves para lo que enumero más abajo.
La Argentina puso en funcionamiento el FONCYT y el FONTAR al crear la Agencia Nacional de Promoción Científica, Tecnológica y de Innovación, y también creó la CONEAU. Ambas instituciones —Agencia y CONEAU— cumplieron un papel importante organizando el sistema académico, tanto en lo referido a la financiación de proyectos como a la formación de talento.
Docentes con mayor antigüedad recordamos los primeros intentos de conectar a los laboratorios con las empresas por exigencia de la Agencia y las primeras acreditaciones de carreras de posgrado, que luego se trasladaron a las carreras de grado. En ambas instituciones, un elemento esencial son las evaluaciones de las que participamos docentes/investigadoras/es de todo el país. En general, los proyectos de la Agencia han sido siempre muy competitivos.
Creo que un buen indicador del impacto de esa inversión es la historia del desarrollo humano de nuestra Facultad. Esta dinámica de cambio virtuosa —medida en lustros o décadas— está muy asociada al desarrollo de todos los posgrados que se crearon en la Escuela para Graduados ‘Ing. Agrónomo Alberto Soriano’ (FAUBA) y, obviamente, a las políticas internas de nuestros decanos/as y Consejos Directivos.
En nuestra historia debemos incluir la creación de tres institutos y la obtención de un número creciente de proyectos de la Agencia. Los proyectos de investigación, según sus directores, tuvieron una financiación subóptima. Sin embargo, fueron una plataforma sólida para que se formaran muchos jóvenes docentes, hoy piezas clave en nuestras carreras y en la vida académica de la Facultad.
De esta manera quiero resaltar la importancia de los proyectos tanto por sus hallazgos científicos como por su papel como ámbito para formar y desarrollar investigadores. Amplío esta idea en una columna invitada en el Boletín AMEN, de la Asociación Argentina de Ecología.
En resumen, mi primer matiz sería que la inversión de la Argentina fue utilizada virtuosamente, y propongo usar la FAUBA como ejemplo de los avances logrados debido al esfuerzo y al compromiso de todos los claustros de nuestra Facultad.
Resistencia individual, un desafío para el futuro científico
El segundo matiz se relaciona con la coyuntura actual. Es cierto que el Banco Mundial no puede tener los números de los últimos meses, por lo que no podemos seguir la trayectoria hasta el presente. Pero creo que sí podemos habilitar el análisis que inició Daniel Miralles.
Como él indica, hay una política clara de desfinanciación y desinversión de las universidades públicas y de organismos públicos como el CONICET. Quizás lo más trascendente es que el Poder Ejecutivo ha manifestado que no hay ningún interés en mantener lo que tenemos ensamblado y en marcha. Es más, hay declaraciones explícitas antes y después de las elecciones que indican la decisión de desmantelarlo por completo.
Miralles habla de atrasos en desembolsos, en la contratación de plataformas clave para investigar, salarios. Y al final indica que cree que esta situación va a pasar.
Muchos que iniciamos nuestro trabajo en el siglo pasado, que pasamos por otras crisis, quizás comparten esa visión optimista asociada a un plazo temporal mediano (‘siempre que llovió, aclaró’ o ‘la noche va a pasar’, de Horacio Guaraní). Mi preocupación es que eso es válido para estamentos más avanzados en la carrera académica. En cambio, no es el caso para las y los más jóvenes.
Muchos trabajamos, sobre todo, para formar docentes/investigadoras/es y no tanto en nuestros objetivos de carrera personal, o lo hacemos de manera complementaria. Personalmente, no creo que haya posibilidades de esperar, pues se está quebrando el esfuerzo y, en particular, la dinámica de desarrollo de equipos de investigación y de personal joven ya calificado.
A mí me interpela que las políticas en C&T actuales interrumpen un proceso de formación de talentos que es clave para el crecimiento. De esta manera estamos generando una deuda para el futuro de la Argentina. Como lo desarrolló el CIN en sus declaraciones durante 2024, en muchas de nuestras provincias, el sistema nacional de becas es clave para el crecimiento y el desarrollo de las universidades y para la formación de los profesionales que necesita nuestro país.
En síntesis, me parece importante evaluar el impacto de interrumpir la inversión en C&T, independientemente de sus efectos sobre los hallazgos y avances científicos.
La ciencia juega un papel social
Como tercer y último matiz, quiero discutir la inclusión de la poesía de Horacio Guaraní en el análisis que propone el Profesor Miralles. Esa poesía corresponde a un tipo especial de personaje y de contexto que es el del gaucho valiente, pobre y perseguido. El sistema académico argentino debería reflejarse en otro modelo que sea más amplio que el individuo y sus intereses, y tampoco ponerse en el papel del perseguido.
Tenemos que sentirnos parte de la sociedad argentina. Ser parte no es gritar ‘estoy acá’. Es dar cuenta de eso que menciona Miralles: hay una asociación entre “la inversión en ciencia y […] el salario mínimo o el ingreso per cápita”. Este es el sentido en el que planteé los dos matices anteriores.
También es importante tener presente que los aportes a la sociedad de muchos de nuestros programas de investigación no resultan en patentes de interés empresarial (al menos, no en el corto plazo). Sin embargo, desarrollan tecnologías de procesos no apropiables que potencian la producción agropecuaria al mejorar el manejo de los cultivos. Un ejemplo es el programa de investigación de Miralles y otros en el Departamento de Producción Vegetal.
A diferencia de lo que proponen Miralles-Guaraní, no creo que podamos recuperar todo lo positivo que logramos en estos años y que estamos perdiendo en estos meses de 2024.